viernes, 7 de febrero de 2014

Era Troya

Ayer fue ese día con el que llevo soñando años.
Ya sabía donde podía encontrarla hace días y el otro día pensé que era el momento propicio. Sentí que la gran cruz que van a formar los planetas me mandaba una señal desde el firmamento ¿Será el destino?
Después de cuatro escuetas palabras por el chat, decidí que el jueves me pasaría de camino a Reus.
Cuando me subí a la moto sentí una terrible sensación de dejavú. Me pregunté cuantas veces me subí antaño a mi moto con el mismo destino, puede que cientos ¿Cuantas veces me equivoqué? Casi todas.
Entonces llegué a su puerta y pasé por delante. La vi sentada y sentí miedo ¿De ella? No ¿De él? Tampoco. Sentí miedo de mí mismo porque sabía que en el momento de abrir esa puerta en mi interior iba a abrir una caja de Pandora donde escondo la parte de mí mismo que más odio.
Hace ya muchos años, cuando me convertí en ave fénix escondí una parte de mí en un cofre y lo cerré con cerrojos, promesas y propósitos. Los últimos meses, la infelicidad me ha llevado a ir abriendo esos sellos. He ido rompiendo todos los cierres de uno en uno, poco a poco. Ayer cuando tomé aire sabía que si empujaba esa puerta rompería el último cierre y se liberaría mi caballo negro. Y yo no soy Platón, yo no soy capaz de dominarlo cuando se desboca.

Entré y no encontré indiferencia, ni rencor. Había curiosidad en sus ojos.
-Tu cara me suena -Dijo ella- ¿Nos conocemos?
Yo sonreí y afirmé con la cabeza. Le hubiera explicado, le hubiera dicho tantas cosas como quiero decirle desde hace tanto tiempo pero no estábamos solos. Por eso le di una pista vaga, algo con qué pensar. Le hubiera dicho que soy Ave Fénix pero ella no me conoce por ese nombre, entonces todavía no había resurgido de mis cenizas.
Mientras ella pensaba, yo analizaba mis sentimientos, mis sensaciones. Mi corazón latía tranquilo y en mi cara sólo había una sonrisa de complicidad mientras ella pensaba. Delante de mí estaba el pasado, no  mi futuro.
Entonces lo vi claro. No estaba en Itaca, estaba en Troya.
La ciudad que estuve sitiando durante años, que al final conseguí que me abriera las puertas, gracias a un caballo. No de madera, gracias a mi caballo negro que aquella noche campó desbocado a sus anchas como nunca más lo ha hecho.


Al día siguiente, Troya me abrió sus puertas y allí estuve durante un tiempo para después partir camino de mi larga travesía.
Desde el jueves, llevo recordando aquellos simples cinco minutos, segundo a segundo intentando encontrar las respuestas. El hecho que no me reconociera no contesta la eterna pregunta ¿Qué fui yo para ella?  Ha pasado mucho tiempo y he cambiado demasiado. A mí me podría haber pasado también. Luego una escueta disculpa por chat y después, el silencio. Pero no pienso insistir, no, no puedo caer en los mismos errores.
Lo que nos lleva a la siguiente gran pregunta ¿Tenía yo razón o me equivoqué? Porque no puedo recordar aquellas conversaciones que tuvimos tantos días durante horas sentados en aquel columpio. Lo que sí recuerdo es que yo estaba convencido que éramos almas gemelas ¿Lo averiguaré?
Lo sabremos en los próximos encuentros.



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