miércoles, 14 de diciembre de 2016

Otro fragmento



Se decidió a dar un salto, entrar y cogerla, estaba muy nerviosa puesto que le daba mucho miedo, pero si lo hacía rápido nadie la vería y podría salir pitando de aquella casa pero cuando se subió al alfeizar de la ventana el gato le bufó como amenazándola y se fue corriendo con la muñeca en la boca.

Se quedó ahí sentada indecisa, pensativa ¿Qué hacer? No podía entrar y perseguir al gato por toda la casa.
―¿Se puede saber qué haces en mi ventana?

Pegó un bote y el corazón casi se le sale por la boca. Se giró y la estaba mirando una señora no muy mayor, debía tener unos treinta años morena de ojos negros con una nariz alargada pero dentro de lo normal no la típica nariz picuda que les dibujan a las brujas, los labios eran finos y los tenía muy apretados, llevaba un vestido también negro, un pañuelo en la cabeza y un delantal amarillo de
rayas bastante manchado de hierba verde que hacia contraste con el
vestido.
Llevaba un montón de romero recién cortado en un cesto, lo supo por qué olía mucho y se mezclaba con el olor a sudor que desprendía. Estaba firme delante suyo con los brazos en jarras y cara de pocos amigos.
―¡Perdón señora! Pero unos chicos me tiraron mi muñeca dentro de su casa.
―Y ¿Por qué?
―Estábamos jugando cuando me quitaron mi muñeca y la tiraron lejos, con tan mala suerte que se coló por su ventana. Llamé a la puerta pero no contestaba nadie.
―¿Cómo has entrado? ¿Cómo has pasado la puerta del cercado?
―Empujé y se abrió. Se lo juro, señora.
Cuando oyó eso tomó aire, cerró los ojos un momento y dio un suspiro fuerte. Un hechizo debería haberle impedido la entrada, pero sólo si tenía malas intenciones. El hechizo impedía la entrada a ladrones y bandidos pero no a una niña que entraba porque quería recuperar su muñeca. Después de pensar eso, suavizó un poco el ceño fruncido.
―Está bien, pero será mejor que entremos por la puerta ¿No te parece?
―¡Sí! ¡Sí! ¡Claro! Lo siento señora pero es que le tengo mucho cariño a mi muñeca. Es de trapo con ojos de botones, me la hizo mi madre cuando yo era pequeña y no sabría estar sin ella.
―Y ¿Dices qué se coló por la ventana o la tiró a propósito?
―Fue pura casualidad.
Entonces se giró muy seria y dijo:
―Las casualidades no existen.
Sulaba se quedó petrificada. Si la hubieran hechizado con la mirada no se habría quedado más quieta mientras aquella señora la miraba de arriba a abajo muy fijamente. Ella notaba como su mirada traspasaba la ropa. Sentía que podía verla desnuda y que no se quedaba ahí. Traspasaba también la piel y observaba su interior como buscando una respuesta. Buscaba algo concreto y debió encontrarlo porque de repente el gesto de su cara cambió y se volvió más amable.
―¿Has visto dónde ha caído?

jueves, 8 de diciembre de 2016

Fragmento de Sulaba


 He preparado un fragmento de Sulaba para leerla en la presentación ¿Qué os parece?




«Toc, toc»
―¡Buenas! ¿Hay alguien?
Se estaba poniendo nerviosa. El corazón se le estaba acelerando.
Se le hacía tarde y sabía que su madre la regañaría. Siempre se preocupaba en exceso en cuanto se demoraba un poco pero por nada del  mundo se quería ir sin su muñeca y seguía esperando en la puerta mientras pensaba en Aitor y como se lo haría pagar al día siguiente.
Se acercó entonces hasta la ventana por donde había entrado la muñeca dentro de aquella casa. En cuanto se asomó le sorprendieron la multitud de olores que salían de aquella casa, sobre todo de hierbas: tomillo, manzanilla y menta eran las que reconocía, también a carne seca ya que unos embutidos de extrañas formas colgaban dentro de casa. Miró el interior alucinada ¡Era increíble! Desde luego eran verdad los rumores: La mujer que vivía en esa casa era una bruja. No se veía un hueco en la pared sin estantería. No había un palmo de estantería vacío. Cerca de la ventana había un bote bastante grande con un dedo de agua y tres ranas que no paraban de croar provocando así un ruido de fondo constante.

Pensó que podrían ser tres princesas que la bruja las había transformado en ranas, en los cuentos siempre pasaba eso y aunque ella no era ninguna princesa no quería acabar siendo otra rana más. No muy lejos de ahí, en una jaula habían cuatro ratoncillos blancos intentando esconderse los cuatro dentro de una caja de cerillas que tenían como único mobiliario.

En la estantería de arriba habían colgados dos pellejos de serpiente además de multitud de cosas que ella no era capaz de adivinar qué eran aunque los recorría con la mirada uno a uno intentando averiguarlo pero no había visto en su vida nada parecido.