domingo, 15 de marzo de 2015

Recuerdos


Recuerdo ese parque cuando era niño. Entonces no era un parque, era campo, pero era el patio de mi casa. Sí, el patio de mi casa no era particular, ni era como los demás... Era campo.

Entonces las flores no crecían entre trozos de tochanas, ni asomaban neumáticos. Crecían entre avellanos olvidados de la mano del hombre. Cuyas avellanas alimentaban unas ardillas que vivían en las copas de unos cerezos enormes que habían por debajo del chalet de mi tío.

Casi nunca las veíamos. Pues para ello, tenías que estar quieto y callado, algo imposible a los diez años. Recuerdo que si hacíamos el esfuerzo, las veías saltar de rama en rama, de árbol en árbol. No eran los únicos, porque callado la fauna aparecía ante ti. Los conejos y topos salían de su escondite, incluso algún sapo en época de lluvia.


Eso sí ¡Cuidado con las serpientes! Bueno, eso nos decían nuestras madres pero no eran venenosas. Ni siquiera eran serpientes, eran simples culebrillas.

¡AH!  Las madres de entonces. No eran como las de ahora. No se enfadaban cuando llegabas rebozado en tierra y con las piernas llenas de arañazos por las zarzas. Porque el campo mediterráneo es eso, zarza y rastrojo y nosotros éramos inmunes a sus pinchos. Por lo menos no los notábamos cuando pasábamos corriendo entre zarzas.

Entonces no habían amplios caminos planos donde pasar con la bici. Íbamos brincando por los márgenes y esquivando piedras.