domingo, 27 de marzo de 2011

Historia de Phoenix XXXI


Pero primero debía empezar por limpiar y arreglar la puerta aunque reconozco que Yanira me ayudó bastante, es bueno a veces contar con un poco de magia. Poco a poco aquello empezó a parecer un hogar.

Arreglamos la mesa, la cama para poder dormir, también inventé una cama pequeñita para Yanira.

-Ese pedazo de cama es para mí
-Es lo más pequeña que he podido

Cuando se hizo de noche estaba muy cansado, así que nos echamos a dormir, estaba muy contento, con mi primer día como humano, había conseguido un sitio donde dormir, me hacía ilusión entrar en ese pueblo e intentar integrarme con esa gente, compartir su día a día.

Muchos veces había vívido con humanos pero nunca siendo uno de ellos, era una lastima como estaba la ciudad de abandonada, después de atacar los vándalos apenas quedó gente, recuerdo haber pasado por aquí y sorprenderme la cantidad de gente que vivía, la gran actividad, el comercio, ahora no quedaba prácticamente nada de lo que fue.

Los días sucesivos fue adecentar la casa y aprender a forjar, las herraduras y las puntas de flecha eran muy fáciles, cogía hierro, lo metía en el fuego hasta que se fundía, cuando estaba líquido, llenaba unos moldes hechos con arcilla y, ya está.

Las espadas también aunque me faltaban moldes, por suerte tenía suficientes para empezar, el problema es que luego las tienes que forjar y pulir, la primera pasé horas porque hay que calentar el hierro pero no fundirlo, lo que más me costaba era no quemarme, tener cuidado con el fuego.

Me gustaba estar, no es que fuera mi idea de una vida humana pero antes de empezar a viajar debía acostumbrarme a tratar con los humanos y este era un buen sitio, también estaba Yanira contaba que estuviera conmigo unos días y luego volviera a su casa por lo que prefería estar cerca del bosque de las cuatro encinas. Aunque se la veía muy contenta arreglando las cosas de la casa.
Había bastante comercio en Tarraco, gente que pasaba de camino aprovechaba para adquirir lo que le faltaba, sobretodo herraduras, no debían haber muchos herreros en la zona; también venían todos los payeses de la zona, vendían aquí lo que les sobraba al menos una vez por semana y compraban lo que no podían cultivar ni criar, así no nos faltaba alimento.

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