Pero después de ver el coche cambió totalmente su actitud.
-¡Que ostia! ¿Seguro que estas bien? ¿Llevabas el cinturón?
-¡Por supuesto!
-
Reconozco que mentí, nunca lo llevo puesto, pero no quise reconocerlo delante de la autoridad.
-Pues eso te ha salvado la vida.
Entonces pensé en las estadísticas, tantas vidas que salva el cinturón y a lo mejor es que, simplemente el que se estrella no se atreve a reconocer que no lo levaba.
Me recogió una ambulancia de la cruz roja, o sea otros chavales que cumplían el servicio militar como yo, me llevaron al Hospital militar de Zaragoza, allí me curaron una doctora y una enfermera que mientras me cosían la cara charlaban como si yo no estuviera allí o fuera un pantalón roto sin oídos, únicamente la doctora se dirigió a mi para decirme:
-Sabes, tienes unos ojos azules muy bonitos
-No es usted la primera que me lo dice pero muchas gracias.
Después de curarme, me dejaron todo el finde en observación, que quiere decir que no te han visto nada pero te dejan ahí con un suero fisiológico enchufado a la vena por si acaso.
Al día siguiente me desperté en una habitación con dos pacientes más, estuvimos hablando, uno era de Zaragoza y el otro, ¡alucina!, era de mi barrio, y no nos conocíamos, no habíamos coincidido nunca hasta ese día en un hospital a más de 200 kilómetros de casa.
La verdad es que, fue una experiencia, había como una sala de estar, habíamos tullidos de todas clases y de todas gravedades, pero teníamos una cosa en común: todos teníamos 20 años.
Alguien trajo una botella de JB y la mezclaron con una coca cola que no sé de donde salió, y allí estuvimos bebiendo, cantando, etc. Hasta bien entrada la madrugada, me parecía extraño montar esa fiesta dentro de un hospital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario