domingo, 31 de enero de 2010

Cartas de amor



















La última vez que escribí una carta de amor fue  en el siglo pasado cuando hacía lo que llamábamos “la mili”: Nueve meses de condena que debíamos cumplir para servir a un país que me considera un polaco.

 Entonces las cartas se escribían sobre un papel con un bolígrafo lo que hacía innecesario firmarlas ya que cualquier hija de vecino reconocería la caligrafía de su amado entre un millón de cartas, incluso un experto podría llegar a psicoanalizar al autor mirando los puntos sobre las íes o los puentes de las emes, prueba inequívoca de que el alma del escritor quedaba plasmada en el papel como una marca al agua.

Hoy día lo que se estilan son los mensajes de amor, que no pueden pasar de 160 caracteres y, por una rara evolución del lenguaje casi no contienen vocales como si un lingüista innovador hubiera decidido que son redundancia inútil.

 Lo que no ha cambiado es la dificultad para expresarme o la limitación del lenguaje escrito para describir un sentimiento.

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