martes, 10 de enero de 2012

Eladio

Sobre las nueve de la mañana el sol  entraba ya con fuerza  por la ventana e hizo que Eladio se despertara muerto de frío ya que aquella vieja manta no abrigaba apenas, observó entonces la vieja estufa de leña que había en el rincón.

Recordó de niño cuanta faena daba: Traer la leña, cortarla, encender el fuego, limpiar la ceniza, cuanto lo odiaba cuando vivía con sus padres y lo que daría ahora por tener leña con que calentarse, a veces coge cuatro maderas que encuentra por ahí pero no duran mucho y  esa estufa eléctrica que recogió de un contenedor apenas puede luchar con el frío que se cuela por esas viejas ventanas de madera, al otro lado de la habitación hay un armario antiguo donde guarda la poca ropa que tiene, no hay estantes y está toda amontonada en el fondo,  la cama y su colchón de espuma son los mismos donde dormían sus padres antes de morir, de hecho toda la casa esta igual que cuando vivían sus padres.

Le duele mucho la cabeza, de buen grado se quedaría en la cama pero tiene mucha hambre, va hasta la cocina  donde la mayoría de los muebles carecen de puertas o están descolgadas, la nevera emite un zumbido a hierro viejo como si tuviera un grillo encerrado en el mecanismo, lo que indica que pronto dejará de funcionar aunque le da lo mismo, la abre con la esperanza de encontrar algún cacho de chorizo con el que llenar el estomago aún sabiendo que hace días que no hay nada sólo un olor agrio que indica que   necesita una buena limpieza, al igual que toda la casa pero no esta de humor para ponerse a limpiar, decepcionado la desenchufa.
Se viste con la ropa que dejó anoche tirada en ese suelo de  terrazo frío y desgastado por los años, entonces sale a la calle y observa el barrio que le vio nacer, recuerda cuando vivía con sus padres aquellos tiempos felices mucho antes de vender su alma al diablo.
 La Rosaleda es uno de esos barrios que mandó construir el generalísimo con el lema “casas para todos”,   consiste en bloques perdidos en el campo formados por casas pegadas pared con pared, muy pequeñas y de una planta, sin cámara ni la mayoría de las cosas que hoy día debe llevar una casa decente, pero se trataba eso sí de casas muy baratas para gente sin apenas recursos, hoy día la mayoría de esos barrios han sido derribados  pero La Rosaleda ha sobrevivido gracias a que la gente se movilizó y  salió a la calle cuando el ayuntamiento quiso convertirlo en zona verde.
Decían que “en ningún sitio se vive como aquí” y eso es cierto, aquí los gitanos pasan la tarde cantando alrededor de una hoguera, los niños salen por la mañana a jugar con las ocas que el tío Raimundo deja sueltas y los ancianos sacan una silla y se sientan a tomar el sol.
Allí fue donde él se crió y donde ha acabado ya que al morir sus padres heredó aquella vieja casa y ahora es lo único que le queda, lo único que no pudo quitarle su mujer, baja por el camino hasta dos bloques más abajo a ver si está Javier.
 Javier es un vecino que se dedica a reparar coches y a toda clase de servicios, no tiene ningún taller, los coches los repara ahí mismo en la puerta de casa, pequeñas reparaciones a gente que no puede o no quiere pagar un taller. Por la mañana enciende un fuego para hacerse el almuerzo, careta de cerdo, bacon, longaniza, cualquier cosa, cuando Eladio no tiene qué comer baja a verlo y almuerza con él, con suerte si necesita ayuda para desmontar alguna pieza se queda ayudando y así se gana unos eurillos con los que comprarse una barra de pan y un litro de vino.
Pero hoy no está, decepcionado piensa qué hacer, decide ir a la ciudad, a San Blas que es el barrio más cercano, también es de la misma época pero ya son bloques de pisos sin ascensor pero con calles y locales comerciales, por eso podríamos decir que ya es “ciudad”,  de camino para en un contenedor, a veces encuentra cosas muy curiosas ahí que incluso puede vender por unos euros o cambiar por un vaso de vino, aunque hoy el contenedor que más le preocupa es el de ropa y es que necesita una chaqueta o un buen jersey pero últimamente nadie tira ninguna, la crisis afecta a todos.
Vagando por San Blas pasa por delante del bar del indio, el indio es un tipo bastante alto y desde que regenta el bar bastante gordo, le llaman así por que su piel, su pelo y su aspecto es más propio de un sioux que de un europeo, es un viejo amigo que trabajaba en la construcción pero un accidente  le fastidió la espalda y tuvo que dedicarse a otra cosa.
-Indio, por favor me puedes hacer un bocadillo y ya te lo pagaré que estoy sin blanca
 El indio se lo mira, sabe que no cobrará pero hace tiempo que son amigos y le da lástima, sabe que no es mal tipo, además siempre ha destacado por su compasión, demasiada según su mujer ya que se le llena el bar de amigos apurados y no hace caja, eso sí, siempre tiene compañía.
-Está bien, pero deja en paz a los clientes ¡Eh!
-Por mis muertos
-¿De qué lo quieres?
-De lo que sea
Con un trozo de pan de ayer que iba a tirar y dos huevos que no recuerda cuanto tiempo tienen le prepara un bocadillo de tortilla a la francesa que a Eladio le parece el manjar más exquisito del mundo y es que como decía mi padre: “Cuando hay hambre no hay pan duro”
En esas entro yo a tomar un carajillo, no me miréis así, me gustan los bares cutres que huelen a serrín y vino dulce donde los viejos juegan al dominó mientras fuman esos caliqueños apestosos y toman copas de anís en esas mesas desgastadas de tanto limpiarlas donde puedes contar las marcas redondas de golpes de vasos, esos vasos de duralex que han perdido el brillo de tanto usarlos, pienso que eso es tan típico nuestro como la paella o la tortilla de patatas.
Además, me reconforta entrar en ese bar porque por mal que te vayan las cosas, siempre encuentras a alguien al que le va peor que a ti.  
Cuando entro saludo a Eladio, pero no como hacen todos, que lo saludan desde lejos o hacen que no lo ven, yo me acerco hasta él y le doy la mano sonriendo, con aprecio o quizás lastima.
-Que tal Eladio ¿Cómo va la vida?
Él aprovecha la confianza que ya sólo le damos unos pocos y me dice:
-¡Oye! ¿Me invitas a un vaso de vino? Pero que no se entere el Indio que te lo he pedido yo
No contesto, pero muevo la cabeza afirmativamente y aprieto los labios, pensando “ya me ha pillado”.
-Indio, ponme un carajillo y ponle  un vaso de vino a mi amigo Eladio que se lo pago yo
El indio se me queda mirando fijamente frunciendo un poco el ceño, Eladio le da pena pero lo que no puede consentir es vaya agobiando a la clientela que sí paga, aunque sabe que si me pregunta no le voy a reconocer que me lo ha pedido él, mientras yo me quedo mirando a la maquina de tabaco disimulando para que no se me note mucho la mirada aunque, yo no fumo.
Tampoco hacía falta que me lo pidiera de esa manera, siempre lo hago, algunos me dirán que soy tonto pero tengo una extraña sensación como un vacío en el estomago y se me encoge el corazón cuando lo veo, es como si viera a un fantasma venido del futuro para avisarme.
Os parecerá una tontería pero pienso que todos los que nos paramos a tomar una cerveza después del trabajo, los que celebramos las cosas brindando o los que necesitamos una copa cuando hemos tenido un mal día, cada vez que hacemos algo de eso aceptamos una moneda de un demonio que quiere comprar nuestra alma y convertirnos en un ser inútil, incapaz de seguir viviendo una vida que sea eso: Vida.
La prueba es Eladio, él era como nosotros, como yo, como cualquiera, ni más listo ni más tonto, un individuo de pelo cano, bajito, delgado y con bigote que era un trabajador aplicado, con un buen trabajo, casado, con una casa, etc. ¿Qué pasó para perderlo todo? Quien sabe, quizás simplemente se le juntaron demasiados malos días, necesitó demasiadas copas y fueron suficientes monedas para comprar su alma.
No lo sé, nunca le he preguntado si se volvió alcohólico cuando lo dejó la mujer o le dejó la mujer cuando se volvió alcohólico. 

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