viernes, 20 de mayo de 2016

Una de Cal y otra de Arena

Hace tiempo que me di cuenta que en la vida muchas veces consigo lo que me propongo. O mejor dicho: Consigo que mis sueños se hagan realidad ¡Qué pasada! ¿No? Pues no, porque nunca me salen las cosas como yo esperaba. Siempre hay algo que hace que se tuerzan, que no salgan bien.

Hace tiempo que pienso que cada vez que empiezo a levantar cabeza, que la suerte empieza a sonreírme, algo se tuerce, un imprevisto me fastidia los planes y me vuelve a hundir en la miseria.

Es como si en alguna parte hubiera una Atenea ayudándome y velando para que las cosas me vayan bien y luego, un Neptuno enfadado hiciera lo posible por fastidiarme.

Porque yo me identifico con Ulises. No el protagonista de mi novela ¡No! El autentico, el que presta el nombre a mi Ulises, el que luce una enorme cicatriz en su rodilla izquierda que le hizo con 16 años un jabalí. Bueno, a mí me la hizo una moto.

Aunque no recuerdo haber matado ningún Cíclope, no sé qué pude hacer para molestar a ese Neptuno que en alguna parte me odia. Puede que como dice la canción: "Un Dios triste y envidioso nos castigara por trepar juntos al árbol y atracarnos con la flor de la pasión, por probar aquel sabor" pero no lo creo. Tampoco creo que fuera por faltar a mis promesas. Aunque eso sí podría ser. Igual ese fue el fallo que cometí, el gran error que a veces creo haber cometido.

Hace tiempo que pienso que me equivoqué en algún punto de mi vida, esquivé mi destino y ahora me encuentro perdido, como un salmón que se confunde de camino mientras nada río arriba y acaba en un pequeño lago donde se encuentra varado o un tren al que un error en el cambio de agujas lo envía a una vía muerta de la que no puede salir.

Porque si soy Ulises, sin duda me encuentro agasajado por los feacios y debo partir a Itaca donde me espera Penélope deshaciendo el telar. Pero a mí nadie me espera en ningún puerto. Hace años que nadie sueña ya con estar entre mis brazos. 




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