Una vez en la cima, los fui cogiendo de uno en uno y llevándomelos hasta unos kilómetros más al norte, suficiente para que les fuera imposible seguir el rastro, de paso también avanzamos bastante aunque eso no me preocupaba, lo importante no eran los metros que avanzábamos cada día ni los días que estuviéramos de marcha, a fin de cuentas los dragones se lo pasaban mejor paseando que encerrados en la cueva todo el día, lo importante era llegar a un sitio donde los dragones pudieran vivir en paz.
Después del paseo decidimos hacer noche allí, estábamos en un bosque y nos situamos en un pequeño claro donde nos enroscamos todos juntos.
A la mañana siguiente:
-Tío Phoenix, ¿Hoy nos llevaras volando otra vez? -me preguntó uno de los dragones
-No, hoy ya no hace falta
-Joooo, pero nos ha gustado mucho volar
-No os preocupéis, pronto podréis hacerlo vosotros mismos
-Cuando haya aprendido me pienso pasar el día volando – Contestó emocionado
-Y tío Phoenix ¿Cuando nos vas a enseñar a cazar? - Me preguntó otro
-¿Yo?
-Entonces ¿Quien no enseñara? ¿Yanira?
-No, no, yo no se cazar, os tendrá que enseñar Phoenix – replicó ella
Ostras, no lo había pensado pero estos cachorros eran huérfanos y el único que podía enseñarles era yo, no me lo había planteado pero cuidarlos no sólo era alimentarlos hasta que crecieran, también tenia la obligación de enseñarles a cazar, a esconderse de los hombres, a defenderse y en definitiva a educarlos para ser dragones.
-Bueno chicos, voy a dar un paseo para ver hacia donde vamos a ir hoy
Estuve volando un poco más, con la esperanza de encontrarme algún dragón por casualidad aunque si me lo hubiera encontrado: “Hola ¿Que tal? Mira tengo cinco cachorros cuídalos bien y enséñales todo lo que sabes” Complicado ¿Verdad?
Con esos pensamientos llegué a un valle bastante escondido donde se veían multitud de lobos, jabalíes, ciervos, incluso osos, el oso es un animal fuerte y se defiende pero poco tiene que hacer contra un dragón, entonces me di cuenta de lo que dijo el duende: “ningún animal tendrá la más mínima oportunidad” la verdad es que no le faltaba su parte de razón.
Cacé un ciervo y volví con la manada, comimos y después les dije:
-Bien ahora es hora de que empezaremos a moveros por el campo tenéis que acostumbraros a hacerlo sin hacer ruido o huirán las presas
Así pasamos la tarde, intentando un imposible, que cinco cachorros se movieran sigilosamente, tampoco no es que importara mucho ya que los dragones normalmente cazan volando como lo hacemos las aves, resulta mucho más cómodo atacar cuando no te ven, aunque a estos era difícil no verlos.
Aunque el día no fue un fracaso, ya que encontramos un cueva donde escondernos, aunque estaba a pie de campo y a mí me iban más las que son inaccesibles a píe, pero mientras los dragones no aprendieran a volar era la mejor opción.
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