sábado, 23 de septiembre de 2017

Mi abuelo y su perro

Mucho antes de que yo naciera mi abuelo vivía en la Oliva, una zona en las afueras de Tarragona, era pastor, tenía un rebaño de cabras y todos los días salía a pastorarlas por los mismos campos por donde yo salgo a pasear y el mismo barrio también, porque entonces San Pedro y San Pablo era campo, todavía los especuladores no habían pensado en construir ahí un barrio. De hecho, los terrenos donde ahora está SPiSP se los vendían a mi abuelo por ocho mil pesetas pero mi abuelo prefirió irse al camino del Lorito.

Porque antes, los animales se sacaban al campo para que comieran ya que darles pienso (trigo, cebada, etc.) salía muy caro y se reservaba para los días que llovía o hacía mucho frío para salir al campo.

Mi abuelo, como todos los pastores tenía varios perros que lo acompañaban y ayudaban a que no se perdiera ninguna cabra. Los perros que usan los pastores suelen ser razas grandes (Pastores alemanes, mastines, etc.) y mi abuelo tenía dos. También tenía otro perro más pequeño y negro, por eso le llamaban "Carbó".

Podía ser un cruce entre Cocker, gos d'atura y alguna raza más, aunque nunca lo supieron, pues mi abuelo se lo encontró un día abandonado por el campo y lo acogió en su casa a pesar de que otros pastores le decían que Carbó no sería nunca un buen perro pastor.
Es muy pequeño para que las cabras le hagan caso, seguro que lo abandonaron por eso.

De todos es bien sabido que los perros de los pastores son los más obedientes pues pastor y perro pasan muchas horas juntos al cabo del día. Eso crea un vínculo muy fuerte entre ellos. De ese vínculo depende que el rebaño vaya unido y las cabras no se desperdiguen o se despiste alguna aunque las cabras obedecen antes a un animal más grande que ellos que a otro más pequeño.

Un día cualquiera, iba como siempre, avanzando por medio de la maleza cuando cayó en un pozo que estaba oculto entre las hierbas. Por suerte, reaccionó a tiempo y clavó su bastón para no irse al fondo del pozo. Allí se quedó, colgado del callado sin poder salir.

Las cabras, acompañadas de los perros siguieron su camino. A fin de cuentas era el recorrido que hacían a diario. Más tarde mi abuela vio sorprendida como las cabras regresaban a casa solas.
¿Dónde está mi marido? Se preguntaba sin tener ni idea del aprieto en el que éste se encontraba.

Mientras tanto, mi abuelo seguía dentro del pozo agarrado a su bastón para no acabar de caer al fondo del pozo ¿Solo? No, uno de los perros se quedó a su lado y no paró de ladrar y correr alrededor del pozo donde se encontraba su amo.
Así pasaron horas, hasta que pasó otro pastor por la zona y pensó.
"¿Qué hace Carbó ladrando de esa manera?"

El pastor se acercó al pozo alrededor del cual Carbó no paraba de ladrar y correr para descubrir a mi abuelo agarrado a su callado. No tardó en ayudarlo a salir del pozo y mi abuelo pudo contar esta experiencia gracias a ese perro que, aunque era muy pequeño para ayudarlo a salir, pudo ayudarlo a salvar la vida. A
Carbó vivió muchos años más pues los perros pequeños viven más que los grandes y mi abuelo siempre lo tuvo en gran estima pues le había salvado la vida a pesar de ser pequeño y es que a veces el tamaño no lo es todo. 
Sin Carbó, yo no estaría aquí escribiendo.





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