domingo, 23 de octubre de 2011

Historia de Phoenix LIII


-¿Pero que haces? Eso duele
-Estoy comprobando que no me hayas engañado
-Sabes que no podemos mentir, sobretodo en eso
-Por si acaso y ahora te ordeno que nos dejes en paz a los dragones y a mi

No contestó, no le hacía ninguna gracia la orden pero estaba obligado a cumplirla, se quedó quieto tocándose la cara magullada por culpa del golpe.

Eché un último vistazo a Aldo, estaba en el suelo en el sitio donde habíamos luchado, no había podido ni moverse y parecía a punto de morir, entonces giré el transformum, reduje el puñal a una pequeña anilla y me fui volando.


Mientras volaba no pude por menos pensar en el duende y lo que decía, no podía evitar pensar que estaba criando unos monstruos que podían arrasar con todo.

Cuando llegué a la cueva.

-Yanira
-¿Si?
-¿Tú le has explicado a alguien que estamos aquí y que estamos criando cinco crías de dragón?
-No, a nadie
-Ni siquiera a un duende llamado Erline
-Bueno, el otro día, cuando estábamos cogiendo vallas Aziza y yo, nos encontramos con  unos duendes, evidentemente se interesaron por nosotros, es normal, no nos habían visto nunca por aquí
-¿Y le dijiste la verdad?
-Por supuesto
-¿Y le explicaste todo?
-Sí, ¿a que viene tanto rollo?
-A que un duende llamado Erline me ha tendido una trampa para que Aldo me cazara
-Bueno, por lo que veo, has podido escapar
-Claro, por los pelos, he tenido que luchar con Aldo, por suerte, he ganado yo
-¿Y él?
-He tenido que matarlo
-Bueno, míralo por el lado bueno, ahora ya no tienes que preocuparte más por Aldo
-Sí pero no podemos arriesgarnos a que los duendes hagan algo más
-¿Por qué iban a hacer tal cosa?
-Porque quieren acabar con los dragones
-Los duendes nunca se meterían en eso
-Por lo que se ve, sí, mañana en cuanto salga el sol partiremos hacia el norte
-Esta bien, si crees que es necesario
-Sí, hacia el norte hay más caza
-Pero piensa que todavía no saben volar
-Ya, iremos paseando

Tal y como salió el sol empezamos nuestra excursión, los dragones iban emocionados ya que hasta ese día no les habíamos dejado salir de la cueva aunque sabían que algo no iba bien.

Para ellos fue toda una experiencia ver el mundo exterior por primera vez y poder desplegar las alas sin temor a pegar con nada, alguno hacia incluso el intento de volar aunque en vano, es que eran muy pequeños todavía.

Yo emprendía el vuelo de cuando en cuando para escoger bien el camino, sobre mediodía decidimos hacer una pausa para que pudieran descansar, yo aproveché para volver a la cueva y coger una oveja que teníamos en la despensa.

Cual fue mi sorpresa cuando vi a unos hombres dando vueltas por la montaña, no pude entrar en la cueva sin delatar su posición por lo que decidí irme a buscar la comida a otro sitio.

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