Llegamos a Plassans con intención de pasar allí unas semanas, en aquellos tiempos las leyes nos obligaban a acampar en las afueras de los pueblos, luego entrábamos al pueblo a intentar ganarnos la vida, mi madre por ejemplo se dedicaba a leer la mano a los payos, otros se dedicaban a tocar la guitarra o hacer malabarismos por unas monedas y el fin de semana montábamos un teatro de marionetas.
Las dos primeras semanas sacábamos bastante dinero pero luego la recaudación iba bajando, eso hacía que a las pocas semanas tuviéramos que viajar a otros pueblos.
Esta vez fuimos al Ejido de San Mittre, es una manzana de casas a las afueras de Plassans, fuimos a un descampado que había al final de la calle, unos primos que venían con nosotros lo habían utilizado otras veces, decían que era un buen sitio en medio de aquellas casas y no nos decían nada, estaba libre excepto por unas vigas de madera mal amontonadas que nos servían de leña, bueno las grandes no, pero los payos las cortaban allí a la medida que necesitaban antes de llevárselas y los retales que dejaban nos servían a nosotros para calentarnos.
Como siempre hicimos un cercado para los caballos en un rincón pegado al callejón sin salida que había al otro lado del descampado y después hicimos un cuadrado con las carretas, usando la carreta como pared colgábamos unas lonas que hacían de tienda improvisada, ahí montábamos nuestro hogar y en el centro hacíamos el fuego que nos servía para calentarnos y para cocinar.
Resultaba curioso vivir al lado de las casas de los payos, verlos salir temprano a trabajar o ver a las mujeres pasar horas limpiando aquellas enormes casas, mi padre siempre se reía de ellos:
-“Los payos se pasan la vida trabajando pa'tener una casa enorme y ropa limpia”
Nosotros en cambio íbamos de pueblo en pueblo con nuestras carretas y con poco esfuerzo teníamos para comer, vestirnos y total, no necesitábamos más, pero yo a veces me preguntaba como sería tener una vida tan organizada como ellos o como seria dormir en una de esas casas hechas de piedra con tejados sólidos que no se movieran cuando hacía aire ni tienen goteras cuando llovía.
Nada más entrar en aquel sitio mi madre dijo tener una sensación extraña, yo también la tuve, como un escalofrío que me entraba por la espalda y me dejada fría por muy abrigada que estuviera, pero supuse que era por las enormes vigas: Pensar que un día fueron árboles centenarios y los payos los habían cortado y pelado para hacer las vigas de sus casas.
Por la noche, estábamos todos alrededor de la hoguera esperando que estuviera listo el puchero para cenar, los mayores andaban hablando de sus cosas cuando me sorprendió ver a una niña paya de pie con un camisón blanco, me acerqué hasta ella y le pregunté:
-¿Qué haces aquí?
-Estoy buscando a mis padres
-Pues aquí no están pero si quieres te acompaño a buscarlos
Estuve dando un paseo con la niña esa, Margarita me dijo que se llamaba pero no vimos a sus padres, cuando oí que mi madre me llamaba para cenar me despedí de ella y volví corriendo.
Por la noche oí un ruido y me desperté, me asomé a ver que era y vi que Margarita estaba paseando por en medio de las carretas.
-¿Qué haces? Como te vean te la vas a cargar
-¿Por qué?
-Como te vean paseando por en medio de las carretas
-Pero si esta es mi casa
-¿Ah si? ¿Y donde está tu cama?
-Ahí- dijo señalando la casa de al lado
-Pues vete a dormir que ya es hora
Observé como Margarita se acercaba hasta un rincón del descampado y me pareció que bajaba una escalera.
-¿Con quien hablas?
-Con Margarita, una paya que vive aquí al lado
Mi madre sacó la cabeza por debajo de la lona
-Pues si no hay nadie
-Ya, ya se ha ido
-Pues venga, haz tú lo mismo y no enredes más
-Mama ¿Por qué estás tan rara?
-Hay hija, es que este sitio me da mal fario
-Eso es porque no estamos acostumbrados a dormir tan cerca de los payos
-No te rías pero ese sitio tiene algo raro no me preguntes el qué
Al día siguiente vinieron unos niños a jugar donde las vigas de madera, cuando estaban todos sentados me acerqué a ver si veía a Margarita.
-Hola
-Hola
-¿Y Margarita?
Me miraron extrañados.
-¿Qué Margarita?
-Una chica morena de unos diez años que vive en esa casa, estuve hablando ayer con ella
-En esa casa vivo yo y no tengo ninguna hermana -Respondió uno de los niños
-Pues yo ayer estuve hablando con una niña, me dijo que se llamaba Margarita y que vivía ahí
Todos se me quedaron mirando extrañados como si lo que yo estaba diciendo fuera imposible.
-Yo vivo en esa casa y te puedo garantizar que no tengo ninguna hermana llamada Margarita
Me quedé extrañada, no parecía que estuvieran riéndose de mí, pero entonces ¿De donde era Margarita?
A la noche siguiente estábamos todos sentados alrededor del fuego, ya habíamos cenado cuando mi primo Juan sacó la guitarra, mi padre cantaba por bulería y los demás hacíamos palmas, de esa manera pasábamos el rato mientras se hacía la hora de ir a dormir.
Entonces la vi salir por el mismo sitio por donde había bajado la noche anterior, era evidente que había una escalera que bajaba a la casa donde vivía, me levanté y me acerqué hasta ella, llevaba el mismo camisón que la noche anterior y se dirigía a la calle.
-¿A donde vas?
-A buscar a mis padres
-¿Hoy también llegan tarde? Pues vaya ¿No?
-Si
-Pero mejor sería que los esperaras durmiendo en casa
-Es que...los hecho de menos
-No te preocupes, ves a dormir que ya vendrán
La convencí y aunque triste, se fue a dormir; Cuando volví al corro con mi familia mi madre me preguntó:
-”¿Ande'stabas?”
-En la calle, hablando con una niña
-¿A estas horas?
-Sí, ¿No la has visto?
-No
-Pues ha pasado por delante vuestro, la habéis tenido que ver
-Pues no, no la he visto
Por alguna razón no podía dejar de pensar en eso ¿Cómo era posible que hubiera pasado por delante de sus narices y no la hubiera visto? Sí que estaban entretenidos cantando pero una niña paseando de noche con un camisón blanco debería llamar su atención.
Estaba tan intrigada que al día siguiente pregunté a toda mi familia y ninguno la había visto, yo no entendía nada así que me acerqué hasta el punto donde estaba la entrada de su casa o su sótano o donde carajo viviera dispuesta a descubrir el embrollo.
No descubrí nada, ni puerta, ni nada, todo este asunto me estaba empezando a molestar un poco así que cogí una pala y empecé a cavar pensando descubrir una entrada secreta donde Margarita esperaba a sus padres pero parecía no haber nada.
Ya llevaba un rato cavando, no sé porqué pero no podía parar, estaba demasiado obsesionada o algo me impedía darme por vencida, fue entonces cuando me encontré una piedra que me llamó la atención, hasta el momento las que me había encontrado eran pequeñas, grises y puntiagudas, en cambio esta era muy grande, blanca y completamente redonda, le metí la punta de la pala por debajo e hice palanca para sacarla, fue entonces se giró y yo me caí de culo del susto, la piedra rodó un poco y se quedó del revés: Era un cráneo y los huecos de los ojos parecían que mirarme.
Supe que era Margarita, no por su tamaño, que también, lo supe cuando aquella calavera me miró a los ojos, fui corriendo a buscar a mi padre que avisó al alguacil, el hombre se reía de nosotros pero vinieron y desenterraron el esqueleto de un niño.
-Es que, hace muchos años esto fue un cementerio, lo excavaron todo buscando restos humanos y los trasladaron a una fosa en el nuevo cementerio pero este niño o niña se debió quedar, pero no os preocupéis sólo Dios sabe cuantos años llevará enterrado, esta tarde lo llevaremos al nuevo cementerio.
A pesar de eso ninguno de nosotros quiso quedarse, no podíamos entender como ese terreno había sido un cementerio y nadie nos hubiera advertido. Ese mismo día nos trasladamos a fuera del Ejido de San Mitre para estar como siempre, alejados de los payos.
Por la noche mientras dormía soñé que estaba en una casa de payos, había una alfombra en el suelo y hacía calor, de hecho todo era cálido, la madera de la paredes, el color del techo incluso la luz que daban las lamparas de petroleo.
Me acerqué hasta una chimenea que había encendida y delante del fuego sentados en un sofá una niña se abrazaba a sus padres, yo me quedé de pie delante del fuego mientras ellos se abrazaban y se daban besos como si llevaran meses sin verse.
La niña se giró al verme, era Margarita, se le levantó del sofá y se me acercó un momento a decirme:
-Gracias por ayudarme a encontrar a mis padres
Y luego se volvió con ellos.
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